En un enorme
castillo, donde cocodrilos enormes eran los protectores y el pan de cada día
era el cianuro, vivía un rey sin corazón alguno, el que siempre llevaba consigo
una espada con la cual al ser tocado te convertía en oro macizo. Incluso, se
decía que ese rey era tan poderoso que al tocar una simple pistola de agua, ese
agua se convertía en Ambrosía.
Las personas
del pueblo decían que él siempre que se transportaba a algún lugar llevaba
consigo grandes carrozas repletas de oro o construidas con él y una caja de
cristal.
En noventa y
ocho años en los que había regido, parecía como si no cambiase con el tiempo,
nadie lo podía explicar. Algunas versiones decían que había hecho un pacto con
el diablo y otras que había contratado a un hechicero o robado la piedra
filosofal de algún pobre alquimista. Otro de los hecho inquietantes sobre éste
rey era esa portátil caja de cristal, el hecho era que todo el mundo en el
pueblo sabía que ese pequeño cofre estaba hechizado para que ningún ojo menos
el suyo pudiese ver lo que ésta contenía.
Esta historia
se remonta a los tiempos en donde su primer año como regente había culminado.
Los más viejos del pueblo decían que ese primer año había sido uno lleno de
guerras y de tristeza porque las criaturas mitológicas que habían habitado allí
desde hacía siglos, habían muerto, criaturas tales como ogros, unicornios,
dragones, gnomos e incluso las bellas hadas del pueblo. Lo único que mantenía
al pueblo y al rey con esperanzas por unos tiempos mejores era la princesa
Elena, aquella con una mirada soñadora de ojos violetas, que se ocultaba detrás
de sus cabellos dorados como el sol, la única que podía hacer al rey sonreír.
Se dice que su muerte fue debido a una emboscada en la ciudad por parte de los
magos del norte, aquellos magos que estaban en contra del régimen y que querían
adquirir el poder por la fuerza. Uno de aquellos, al ver que la princesa estaba
sola e indefensa, la atacó, la pobre no pudo ver la estocada que iba a acabar
con su vida. Elena fue hallada en un callejón con una espada enterrada en la
axila y los dorados cabellos teñidos de magenta, con su mirada ensoñadora
entornada en una de terror y con su bella piel de porcelana llena de moretones.
El rey, al descubrir lo sucedido, se convirtió en creyente de la magias negras,
devoto a Satanás y tan macabro que sus ojos celestes se convirtieron en dos
canicas negras. Después de un tiempo, los magos del norte perdieron y el rey
los llevó a la horca. Algunos de ellos, sin querer morir, le regalaron sus más
preciadas pertenencias. El rey recibió desde un chorizo que al ser mordido por
alguien, volvía a su forma original, hasta plumas de Fénix que se consumían en
llamas cada diez minutos. Entre uno de esos regalos estaba una preciosa caja de
cristal del tamaño de una pequeña ave, el brujo que le regaló esto al rey fue
el único que no pasó por la horca. Este le explicó que al ser cerrada, la caja
levantaba un escudo que no dejaba ver a los demás qué había en ella con
excepción de la persona que la había cerrado y esa persona era la única que la
podía abrir pero que el hechizo se rompía cuando la persona moría. Ese había
sido el secreto más escrudiñado de todos los reinos.
Después de
noventa y ocho años, el rey era el mismo de siempre pero el pueblo no lo era,
todos estaban demacrados, flacos y los pocos niños del pueblo, había perdido su
inocencia.
Un día, llegó
un forastero. Un joven caballero fornido con cara de ángel y cabellos dorados.
Lo único que no era hermoso en él eran las cuencas vacías en donde debieron
estar sus ojos.
Al escuchar
lo que tenía que decir el pueblo sobre su rey, fue al castillo real.
-He presenciado y oído lo que has hecho, viejo
holgazán. Deberías avergonzarte de ti mismo- dijo el joven cuando estuvo cara a
cara con el rey.
El al oír
esto, se rió de él. El joven, lanzó su guante en la cara del rey, el cual
aceptó el reto con la misma soberbia con la cual había regido durante años. El
regente, confiado, creyó que el joven por ser ciego, iba a ser menos letal.
El día del
duelo, el rey hizo un festín junto con sus camaradas mientras que el caballero
practicaba estocadas en el establo. Al sonar las doce, los contrincantes se
enfrentaron.
El rey llevó
a su preciosa caja de cristal, su espada mágica y sus carrozas llenas de oro,
junto con su sequito. El joven llevó su armadura de bronce y una humilde espada.
El rey puso
todas sus energías en los primeros minutos, tomando siempre la ofensiva, dando
estocadas por doquier. El joven, inteligente, reservó sus fuerzas para el
final. En una ocasión, el muchacho dejó que la espada del rey tocase su
armadura y su espada, convirtiéndolas en oro, dándole a éste un aspecto
triunfante. Ya cuando el regente estaba rojo y sudoroso por el esfuerzo, el
joven le clavó su filosa arma en el costado izquierdo y dejó al rey moribundo.
-En tu
próxima vida, se más humilde. Yo por mi parte, en ésta, he sido menos
inocente.- exclamó el joven antes de lanzar su golpe final contra el corazón de
su adversario.
Con su último
aliento el rey dijo entre dientes: “Elena, te he extrañado.”
La caja de
cristal empezó a iluminarse y a levitar desde la lejana mesa en la cual estaba
apoyada. Su tapa se abrió revelando dos preciosos ojos violetas. La multitud
soltó un gemido mientras que el caballero sonreía. Los ojos levitaron y fueron
hacía las cuencas vacías del caballero, llenándolas.